Esta mañana a las 11:00 caminaba por el recreo del colegio donde trabajo, cuando un alumno de los últimos cursos de educación primaria se me acercó animado para preguntarme qué tal llevaba el lunes.
Me hizo gracia la pregunta, y como supuse que él estaría tan cansado del madrugón y de la vuelta a la rutina como yo me permití responderle con una afirmación generalista: Pues como todos, cansada y de lunes.
Cuál fue mi sorpresa cuando él me reprochó mi generalismo, expresándome que a él se encantaban los lunes porque venía al colegio. Al principio pensé que era una broma, sobre todo teniendo en cuenta que este alumno ha repetido curso y suele tener una asistencia al Centro bastante irregular. Pero entonces él prosiguió con su afirmación con esta frase “cuando estoy en casa tengo que ser como mi madre, ver telenovelas, limpiar y guisar, cuando voy a la tienda tengo que ser como mi padre, colocar cajas, aguantar a la gente que entra y vender, pero cuando vengo al cole puedo ser lo que yo quiera ser”.
En su argumentación no hubo quejas a tener que levantarse a las siete de la mañana, no hubo reproches a lo aburridas que son algunas clases, ni siquiera hubo lástima por la suerte diferente que corría él al salir del Centro en relación a otros de sus compañeros que tienen una vida familiar completamente distinta; sólo hubo alivio de encontrar un lugar donde él era igual a los otros y donde podía conocer otras realidades diferentes que le hacían elegir cómo quería ser.
Esta tarde me enviaron al correo un artículo que me revolvió la conciencia y me hizo recordar este pequeño hecho cotidiano que probablemente en otras circunstancias habría olvidado. El artículo decía que el nuevo gobierno en la Generalitat de Catalunya había aprobado hace unos días una modificación en los criterios de acceso a los centros educativos públicos y privados concertados, modificación que consistía en que en caso de empate en el acceso, los alumnos cuyos padres ya estudiaron en el centro recibirían cinco puntos adicionales.
Entonces pensé en cómo desde la política, unas personas juegan a ser dioses y pueden arrebatarles a chicos como éste, aquello que les hace salir de la realidad que por nacimiento les ha tocado vivir, aquello que les abre las puertas a otros sucesos y a otras vidas, aquello que quizá, si conocen, puedan alcanzar.
La entrada a un Centro en función de la realidad social que han vivido tus padres, no hace sino invitar al segregacionismo, al privilegio de los hijos de unas familias que ya de por sí tienen muchos privilegios, eliminando la posibilidad de la movilidad social del alumnado en función de su esfuerzo, un esfuerzo que debería ser promovido por una educación equitativa y justa.
Es curioso escuchar hablar a ciertos partidos políticos de la libertad, de la ideología del esfuerzo y de la calidad; mientras hacen leyes completamente represoras para los que no son de los ”suyos”, mientras que se aprovechan del trabajo de los unos para crecer por encima de ellos y mientras crean una calidad de “pastel” basada únicamente en la ignorancia y el aislamiento de la realidad social que hoy vivimos.
Esta es la política que tenemos, y estas leyes son las que van a moldear las mentes de los políticos del futuro; unas mentes que surgen de escuelas discriminadoras, donde prima la creencia de que tu lugar de nacimiento condiciona toda tu vida y donde sólo sabes relacionarte con personas que son exactamente iguales a ti porque el resto son malas y peligrosas.
De la Guerra Civil nacieron los niños del miedo y la inseguridad, de la Posguerra surgieron los niños del hambre y el horror, de la Dictadura crecieron jóvenes reprimidos y temerosos.
Estos políticos que con tanta facilidad aprueban leyes que modifican nuestras vidas ¿qué generación van a gestar hoy?
Y nosotros… ¿vamos a dejar que así sea?
Marina Pascual Secretaria de Educación JSCh