Estos días los periódicos, los noticieros y las tertulias se colman de las mismas noticias, relacionadas todas con el mismo asunto. Hasta el punto de eclipsar las buenas nuevas.
La situación se está volviendo abochornante porque el responsable de cocinas del barco decide no tirar las manzanas podridas del barril a la mar y dejarlas a su suerte, sin darse cuenta de que no sirven de nada útil y contribuyen a que la podredumbre se extienda. Sin embargo, esta persona parece no ser consciente de lo que en realidad está permitiendo que suceda con su pusilanimidad y falta de determinación.
La corrupción no es que sea contagiosa, es que está llegando a afectar a algo mucho más valioso de lo que se pueda ver a priori. Dejando a un lado las “tiradas de la manta” y las diferentes estrategias espaciales, las posibles venganzas, traiciones y demás en el seno de lo que es uno de los representantes del pueblo con mayor presencia, no se atiende a quien es el mayor perjudicado de esta falta de decisión.
Los retóricos políticos afirman que un gobierno no se ve afectado por un problema externo a él en cuanto tal, pero que su actuación al respecto puede resultar muy perjudicial a la hora de rendir cuentas. La incapacidad de decisión está mermando lentamente no a un partido político, si no al sistema democrático de derecho vigente.
La concesión de mantener en cargos públicos a las manzanas podridas es una postura que nos perjudica a todos: es una postura punzante. Y nos afecta a todos porque todos hemos tomado una decisión sobre quién queremos que nos represente. Las corruptelas dentro de un partido nos afectan a todos los ciudadanos y, más aún, nos hacen que desconfiemos del mismo sistema político. Las demagogias, los tipos genéricos, las generalidades son un síntoma claro de cómo se puede desestructurar un sistema político joven y que se ve afectado más de lo que se cree por las faltas de respeto de quienes lo constituyen.
No es razonable, por mucho que nos dejemos llevar por las pasiones, decir que todos los candidatos electos de un partido político son antidemócratas, sectarios y que favorecen solamente a ciertos estratos sociales. Pero en el periodo que nos ha tocado vivir, quizá sí se puede decir que las personas imputadas (por un poder judicial independiente) y aquellas que las mantienen en sus puestos sí son antidemócratas cuyos intereses personales y de partido (mucho aventuro con esta segunda afirmación, me parece a mí) son antepuestos a la salud democrática de este país. Y como sucede en casi todas partes, el hoy es noticia, el ayer es historia y los votantes son muy olvidadizos, por lo que, si es cierta su inocencia, podrán volver a apalancarse en sus grandes sillones esperando a que la suerte vuelva a pasearse pidiéndoles consuelo.
María Gómez Álvarez
Vicesecretaria General y Secretaria de Igualdad de JSCh