Apretados nuestros cuellos por los recortes y retorcida nuestra columna por el peso de nuevos gravámenes, sostenidos por unos sueldos que apenas crecen, o cuando no, simplemente caen o desaparecen, se suma a todo ello la fatiga que sufren nuestros oídos cuando escuchamos cómo recaen las culpas sobre esta difícil situación económica (aunque “con brotes verdes”) o aquello de “hay que hacer esfuerzos entre todos”. Eso sin contar con la manida excusa de que la herencia socialista no es sino un lastre que nos conduce a esta penosa travesía por el desierto. Sin querer descargar de responsabilidades al anterior gobierno (que las tiene. Y muchas), lo realmente grave de este tipo de consignas es comprobar cómo ha calado este mensaje, como ha prendido la llama y como un elevado porcentaje de las clases medias españolas, los que de verdad están sufriendo y pagando la crisis, lo aceptan y casi comprenden casi como algo natural. Si suben las tasas hasta convertir másteres públicos en privados, si ya no hay becas para el comedor o cobran por llevar un tupper, o si la insulina ve duplicada su precio, constantemente escuchamos cómo se debe a esta situación de crisis. Maldita crisis. Uno ya empieza a estar harto de este sambenito que nos hostiga permanente.
Todos los que estamos aquí sabemos que estos lodos vienen de múltiples y también lejanos polvos. Todos conocemos la famosa ley del suelo de 1998, la acumulación masiva de activos bancarios en bienes inmobiliarios sin ningún tipo de control por parte de las autoridades de uno y otro signo, la connivencia entre política y banca y la omertá declarada para tapar escándalos. Una corrupción casi asimilada como práctica política, castillos construidos sobre nubes de especulación y muchas más causas que de ser enumeradas todas, acabaría por tener que escribir tomos y tomos. Creo que todos los que estamos aquí conocemos el origen de todo y sabemos cómo la ideología cabalga a lomos de la situación económica y del “hemos-vivido-por-encima-de-nuestras-posibilidades” como pretexto, y cómo consiguen implantar políticas que soliviantarían a naciones enteras, pero consiguen acallar a potenciales millones de voces clamantes con ese manto espectral llamado crisis. Aún más, aparte de implantarse, llegan incluso a encontrar justificación entre masas y masas de ciudadanos. Y no solo por parte de los reducidos grupos de beneficiados, no. Muy al contrario, vemos con incredulidad como en grandes sectores medios, se asimila ese mensaje y se llega, no sin resignación, a aceptar, pese a que las movilizaciones, afortunadamente, cada vez son mayores.
¿Qué está pasando? ¿dónde reside el problema? Nuestros diagnósticos son claros y conocidos, pero aún hay muchas casas de Badalona, Getafe, Badajoz, Oviedo o Ciudad Real donde este mensaje de llegar, lo hace codificado y con interferencias. Hogares de clases medias subyugados por este estado de sitio económico y no lo olvidemos, también político. Hogares que son realmente los que sufren cómo se cierne sobre ellos la famosa crisis, una crisis venida de lejos y de la que no pocos, por cierto, están sacando tajada. Desde aquí no quiero desdeñar el trabajo de tantos y tantos esforzados y voluntariosos brazos de compañeros, pero algo se está haciendo mal. Probablemente, no en su formulación, pero sí en un campo de batalla anexo, que es precisamente la comunicación. Es esa la batalla pendiente, el esfuerzo a acometer. Llegar, penetrar por las rendijas del día a día y mostrar cómo esa crisis como excusa (que la hay, sin duda, pero a riesgo de ser populistas y simplistas, es suya) es esgrimida como una espada flamígera para abrasarnos y herirnos en nuestras propias carnes. Es momento de acercarse con discursos quizá más mundanos y alejados de artificialidad y hacer ver cómo estamos siendo atacados por esas decisiones que se toman en apartados salones sin tener en cuenta los sufrimientos de toda una población y ni siquiera la soberanía de un estado, como el español. Lo repito por si no ha quedado claro: estamos siendo atacados.
Es el momento pues, de explicar de verdad por ejemplo, qué es y cómo funciona esa descomunal estafa denominada “banco malo” y que en el noticiario de la cadena pública ocupaba menos tiempo que la tristeza de un futbolista. La batalla es dura y el enemigo, aparte de demagogo y mentiroso, es férreo e indesmayable. Es ahí donde reside el flanco que se ha de atacar. No hay otro. Podríamos seguir elaborando formulaciones pero totalmente alejadas del día a día. Pero mientras no seamos capaces de llegar a un camionero de Don Benito o a una pediatra de Cuenca, el liberalismo más agresivo, con la guadaña de la crisis en sus manos, nos estará ganando la partida con la mano.
Tampoco se trata de dedicarse a la tradicional captura del voto. El destinatario no es un simple elemento con cabeza, tronco, miembros y derecho al voto, sino que es un ciudadano, con todo lo que ese término tan complejo conlleva. Casi me atrevería a decir que lo importante no es convencerle de que vote A, B o C, que también lo es, sino de que tome conciencia de que está siendo atacado sin piedad, utilizándose como casus belli de esta guerra encubierta, una crisis de la que no es responsable y de la que se está encargando de pagar con las venas y los pulmones abiertos. Con la situación económica como máscara, han derrumbado un modelo de estado y están construyendo otro muy distinto, donde no hay materia que no se vea afectada por sus políticas, sea la sanidad, la educación, el acceso a la justicia o los mismos derechos laborales o incluso reivindicativos. Ese es el mensaje que tiene que llegar.
Juan Antonio Parejo
Simpatizante
Muy interesante artículo. Creo que es necesario que se sepa que las ideas y pensamientos del PSOE encajan con las demandas ciudadanas mucho más de lo que la gente piensa. Hay que saber transmitirlas. Personalmente me daría miedo que volviésemos a caer en la justificación de que los medios no nos dan espacio suficiente.
Creo que este artículo arroja ciertas luces hacia los problemas de comunicación con el ciudadano. Enhorabuena.