En España, ya desde que se constituyó como una nación única, han sido muy contados los momentos en los que no ha sufrido la enfermedad de la desidia y el abandono de sus asuntos políticos. Este nuestro país, de hecho, cuenta su historia como una sucesión de crisis, pobrezas, derrotas y otras desgracias casi siempre debidas a la dejadez más indolente. Y esto, hoy en día, continúa como un monumento herrumbrado a la inacción, la codicia, el desprecio y la desidia en la política.
De facto, muchos dirían que el actual clima de repulsa a la política no viene sino condicionado por la última de nuestras crisis, que además de ser muy grave y aún hoy atenazarnos, ha sido poco comprendida. Ya Karl Marx había dicho en Das Kapital que el final al que se encamina el sistema capitalista es la crisis económica, cuando gentes y entidades financieras por igual pierden la confianza en los bancos. Si bien no se trata de juzgar nuestro sistema económico, lo que es cierto es que la crisis golpeó al orbe entero.
Aquí en España, se añadió a las características globales de la crisis el elevado nivel de corrupción, en especial aquel del sector inmobiliario, que siempre había sido grave, pero además experimentó gran auge tras la “Ley de Recalificación de Terrenos” de 1996, lo que infló el mercado de construcciones que no se hubieron de vender, siendo innecesarias en muchos casos, ya que su propósito único consistía en el enriquecimiento de los dirigentes del sector y los políticos que los ampararon, que hoy en día gozan de grandes dineros en pago a aquella ayuda indispensable que prestaron, en detrimento de toda la nación.
Lo peor del asunto es que gracias a astuto subterfugio e ignorancia general, la burbuja vino a explotar en el seno de la izquierda política, que ganó un descrédito que en gran parte no merecía. En este momento llega lo peor. Las izquierdas, que en España y en general siempre están fragmentadas, se difuminaron más. Miles cayeron ante la perversidad fácil de abstenerse de participar en algo que era denostado por todos. Y como siempre que esto ocurre, la derecha salió ganando, porque en España, después de la caída del Franquismo, la derecha toda acabó unida en lo que hoy es el Partido Popular, menos algunos pocos renegados que se mantuvieron en las FET de las JONS y otros partidos similares (los cuales, a todo esto, deberían estar muy prohibidos).
Con la derecha fuerte y la izquierda desunida y frágil el país vive una terrible época, en que la cultura y los derechos se ven asediados continuamente, y ante tan fuerte ataque no dejan de perder plazas fuertes que se han considerado indispensables en esta sociedad moderna. Todo el mundo se puede dar cuenta que bajo estas nuevas directrices España no ha hecho otra cosa que perder, y es que el fin que persigue la derecha no es una idea de cómo ha de ser el Estado, ni el bien de aquellos que lo forman, sino el simple enriquecimiento y amasamiento del poder, destruyendo todo lo que haga falta, a fin de tratar de llenar su propio vacío con todo aquello que van robando a la humanidad. Viendo esto, la izquierda parece algo lógico, sin embargo, ya sea por acción de la derecha o por el caos de la situación, la sociedad parece reticente, e incluso los propios progresistas vacilan.
De este mar revuelto surge uno de los peores peligros que acechan en la política: el populismo. Ya Platón había denunciado esto, advirtiendo de los problemas que puede traer la demagogia, que se aprovecha de la desesperanza y hastío generalizados, la desidia, para alcanzar objetivos cuanto menos poco beneficiosos para la sociedad, en muchos casos. Una de las más viles artimañas que además esgrime este ente es que puede manifestarse tanto en la derecha como en la izquierda, si bien en el caso actual parece que la derecha sigue copada por el PP y otros elementos, más rosados. Este populismo se aleja de todo, lo ataca todo, y aún cuando precisamente lo que la izquierda necesita es la unión y el entendimiento como gentes de pro, los demagogos se desentienden de todo, pues, al fin y al cabo, sus objetivos, ciertamente, y esto sí, ocultos, son como los de la derecha.
De este modo, la desidia política carcome al Estado, pues las derechas y otros sectores no utilizan la política sino como un instrumento aburrido para conseguir lo que desean. El pueblo llano, asqueado por las corrupciones, la ineficacia y la vileza reinantes se sumerge también en un estado de desidia, casi defección para consigo mismos y los suyos, pero comprensible al fin y al cabo, si bien permitiendo de este modo que ciertos movimientos dañinos se asienten. Y finalmente, la desidia reina también en la izquierda, pues ha permitido que se llegue a este estado, siendo ella la guardiana del correcto progreso de España. Solo queda confiar en que se vuelva a levantar con fuerza, trayendo el orden y el progreso, y retribuyendo al pueblo la cultura, los derechos y su dignidad, que aún en sus peores momentos hicieron grande a esta nación.
Jorge Blanco
Militante de JS de Chamberí