En la antigüedad, reyes de grandes imperios cuestionaron decisiones importantes que determinarían sus éxitos o fracasos en el futuro; planteándose preguntas tales como ¿Emprendo esta batalla o la rechazo? ¿Me alío con éste o con el otro? Sus respuestas la mayoría de las veces consistían en emprender la batalla o aliarse con el que más le beneficiara y que los dioses les ayudasen.
¿Pero qué era lo que realmente les empujaba a lanzarse hacia el abismo de lo impredecible? El fin era la búsqueda de riquezas materiales que obtendrían con la conquista del territorio enemigo, que les proporcionaría, fama y obediencia en su época. Pero sobre todo, el honor de ser recordados en la historia si lograban colocarse en la cúspide del poder.
Desde los orígenes del mundo, el ejercicio del poder aunque muy lentamente ha ido evolucionando, no sólo en la detentación del mismo sino también en su finalidad, pasando del poder del más fuerte y absoluto, que empleaba la fuerza y el castigo (aún hay países dirigidos por este poder); al poder democrático y del diálogo, aunque éste la mayoría de las veces no se practica, pues muchas autoridades, en su afán de ambición, se empeñan que el poder mantenga en su ADN la manipulación.
Dicha manipulación quedó demostrada por el psicólogo Milgram en 1961, la investigación llevada a cabo en relación con la obediencia a la autoridad. Los resultados de su estudios dejan patente, lo lejos que puede llegar el ser humano ante un mandato de autoridad, olvidando sentimientos, valores y obedeciendo ciegamente lo que una determinada autoridad le solicita.
En nuestra infancia nos enseñaron pautas de comportamientos para vivir en orden y armonía. El orden se centraba en obedecer a la autoridad: padres, profesores, policías, etc. En definitiva nos enseñaron a acatar un sistema y a respetarlo. Pero estas pautas cumplidas fielmente en nuestra niñez, muchos no contaron con ayuda o, no supieron o, simplemente no quisieron en las sucesivas etapas de la vida, cuestionarlas o reflexionarlas para poder entender y distinguir, si esas órdenes eran correctas o no.
Pero sin embargo, cuando otros si realizan esta reflexión, surge un problema, pues si el individuo considera que no debe obedecer la orden u órdenes, por parte de la autoridad se etiquetará como desacato o rebelión.
Es primordial tener en cuenta que el poder en si mismo no posee la bandera de la verdad absoluta, porque siempre precisa de la compañía de una o varias personas, y que son estas, las que lo poseen e interpretan muchas veces según su conveniencia. Por ello dependiendo de la persona o personas que lo lideren obtendremos: un poder justo o buen poder si se ejerce con honradez y en beneficio de todos, o por el contrario un mal poder, si se gobierna en beneficio propio.
Además, es importante que sepamos, que la responsabilidad del mal poder, no sólo recae en quien lo detenta, sino también en los que lo jalean y apoyan, unas veces por su ignorancia inocente, otras por su conocimiento culpable, a sabiendas de que las actuaciones del individuo o individuos de los que lo ejercen no son éticas y agachan su cabeza idolatrándolos, sonriéndoles y aplaudiéndoles vencidos por el miedo o el confort.
El mal poder es fácil de reconocer, pues es fuerte en apariencia pero débil en su moral. Es el poder que siempre acogerá en su casa a los que lo pinten con brillo embaucador, pues este brillo impide que se descubran sus paredes originales; en cambio siempre cerrará sus puertas a los que puedan descubrir sus pasadizos arcaicos, secretos y oscuros.
El mal poder es poderoso pero no invencible, si se cuenta con la ayuda de una ciudadanía honrada y que cree en el buen poder. El mal poder puede tambalearse e incluso caer. Su estructura se desmoronará poco a poco, con paciencia, razonamiento y sobre todo con confianza y firmeza en la justicia.
Personajes grandiosos como Nelson Mandela, Gandhi, Linus Paulling, Martín Luther King….. Serán recordados no sólo por su triunfo ante la injusticia, sino porque alzaron sus voces contra los prejuicios de su país. Son modelos que añoramos y que debemos seguir, por su convicción, integridad y valentía. Ellos nunca se doblegaron ante el mal poder, ante el poder de los ineptos.
Laura
Dices que el mal poder es fácilmente reconocible, pero creo que eso no es así…
Será ostentoso, manifiestamente ostentoso diría yo, para aquellos que tienen un código ético equivalente al tuyo (y al mío), pero eso, desgraciadamente, no es la norma. Lo habitual es que la gran mayoría, esos que finalmente determinan quien detenta el poder, se rija por un código distinto, manipulado probablemente, y que ponga por delante “valores” que no lo son para otros.
Y aquí es donde está la dificultad… Porque, ¿qué código es el correcto? ¿No seremos nosotros los equivocados y ellos tengan la razón (además de los medios)? Tú sabes que no… pero ellos, no.