No nos vamos a engañar, siempre se ha teatralizado en política. No es difícil imaginar el Congreso de los Diputados como un teatro, con los actores y actrices de la obra, principales, secundarios y terciarios (estos últimos tan terciarios que podrían ser el clá) repartidos en 350 escaños y unos espectadores sin entrada y en sus casas. Es hasta cierto punto inevitable que esto sea así, ya que hay que intentar convencer, entusiasmar y generar ciertas emociones que haga del discurso un modo eficaz para convertir al político en líder y referencia, ya no solo de sus votantes, sino de la vida pública española. No es tan extraño, por tanto, que tengamos ejemplos donde ambos ámbitos, aparentemente separados, se hayan mezclado. Algún ejemplo público lo tenemos en EEUU donde guionistas de Hollywood han escrito algunos de los discursos del presidente del gobierno, y viceversa, muchos han pasado a Hollywood para escribir guiones (o asesorar) basados en sus conocimientos sobre el funcionamiento y tejemanejes de la política estadounidense. Hasta aquí de acuerdo. Sin embargo, como es lógico, empieza a rechinar cuando nos encontramos que en esos discursos, puesta en escena, gestos e imagen SOLO hay teatro.
Bajo mi punto de vista la política española ha mejorado y es más interesante que hace unos años. Hay más opciones, más propuestas y más debates que han reenganchado a una parte importante de la población a la política, lo cual, ya por sí solo es algo muy positivo, ya que sin ello no hay una democracia sólida y consolidada. Recordemos como hace unos (pocos) años un candidato/a podía pasar por un proceso electoral sin someterse a debate alguno con el resto de las fuerzas políticas, y hoy esa opción es censurada e inadmisible para los votantes. Pero una vez que todo esto se ha dado, se exige que los partidos, viejos y nuevos, lideres y lideresas, y todo lo que hay ya encima de la mesa respondan y ejerzan como tal y no como simples animadores de la política.
Lo que hemos visto desde las elecciones del 20 de diciembre hasta ahora ha confirmado lo que muchos creíamos estar viendo durante la campaña electoral, esto es, que no había más fondo en muchos partidos que teatro, puestas en escena y frases facilonas grandilocuentes. Algo que se podía justificar (en cierto modo) durante la campaña, pero que es inadmisible una vez ha terminado. Ahora es cuando se tiene que ver la capacidad para sacar adelante a este país, que ya no admite más obras de teatro, que ya reclama política en estado puro. Se ha terminado, por lo menos a medio plazo, las mayorías absolutas, y los resultados han sido como se esperaban, sin sorpresas, por tanto, ¿cuál es el problema? El problema, intuyo, es que muchos solo son máquinas electorales, actores sin guión, estrategas sin estrategia. No hay capacidad de pacto, ni intención de ceder, que todavía se ve como algo humillante para el que cede, y lo peor de todo, no hay una estrategia global para este país que disponga las prioridades para el pacto. Casi tres meses después, y tras un encomiable intento del PSOE de desencallar la situación y ponerse a la altura de las circunstancias, que no es otra cosa que acatar el mandato de las urnas, pactar, estamos sin gobierno, y pasan los días con los mismos en las mismas trincheras disparando ya no se sabe ni a quién ni porqué. Un desastre. Eso sí, no pasa tampoco un día en que todos, desde sus cada vez más profundas trincheras, declamen sus guiones sobre que “quieren alcanzar acuerdos y tienden la mano”. Hoy por hoy, eso sólo lo ha hecho un partido, el PSOE.
Pedro Reig
Secretario General de JS de Chamberí