Que ha sido una semana de contrastes es evidente. El calor que ha aportado el triunfo de La Roja ha chocado frontalmente con el frio helador que los políticos despiertan en la mayoría de los ciudadanos que les consideran, hoy por hoy, el tercer problema más grave del país (posiblemente uno de los datos más preocupantes que existen).
El debate del estado de la Nación se auspiciaba monótono, y con el verano ya presente, aparece a destiempo y un tanto desfasado, lo que nos deja la ligera sospecha que se pretendía por parte del gobierno que este año tuviese menos empaque que en otras ocasiones, aunque está claro que el curso político no ha terminado, y que el debate se tiene que plegar a las exigencias de agenda del propio ejecutivo.
El contexto desde luego no es el soñado por ningún presidente del gobierno: la crisis económica sigue estando presente (aunque con datos más esperanzadores), en el horizonte hay convocada una huelga general, y por si fuera poco reaparece el Estatuto de Cataluña dando, esperemos, sus últimos coletazos en las vísperas de las elecciones catalanas.
Pero hay un elemento común en todos los debates que no cambia, la nefasta intervención del “líder” de los populares, que una vez más volvió a dar muestras de su falta de contenidos, su falta de ideas políticas, su vergonzosa oratoria (que además intenta paliar con cierta retórica de andar por casa, lo que lejos de mitigarlo, lo agudiza), y lo que es más llamativo, a pesar de un contexto proclive para ganar su primer debate, no consigue rentabilizar lo más mínimo las dificultades del gobierno.
De hecho según las encuestas, la valoración que los ciudadanos le otorgan tras el debate sigue siendo igual de mala, lo que se camufla esta vez un poco por la rebaja de esta misma calificación respecto a Zapatero, e iguala a los dos líderes. Ahora bien, si se amplía estas encuestas, la situación es más embarazosa para el PP, donde no sólo no hay empate, sino una clara diferencia respecto al presidente a la hora de valorar la ética de ambos, donde Zapatero alcanza una clara victoria, así como a la hora de anteponer los intereses del país a la del propio líder.
Posiblemente estos datos puedan deberse a la última carambola decidida en Génova de pedir elecciones anticipadas, lo que además de ser una locura paralizar durante unos meses todo el funcionamiento del Estado precisamente en un momento donde se requiere acciones inmediatas, demuestra una ansiedad nada oculta ya por Rajoy de acceder a La Moncloa, donde tantas veces a soñando querer estar.
Nada que decir sobre la dicotomía que demuestra la última encuesta a comentar, donde a pesar de los esfuerzos del PP y los medios afines, por presentar a Zapatero como una persona débil y sin personalidad para poder gobernar, los ciudadanos le otorgan una amplia confianza, viéndolo como un líder que ha sabido actuar como tal en las situaciones difíciles.
Si bien Rajoy y su séquito desafortunadamente para este país representan la segunda fuerza política más importante, realmente se puede hablar con cierta seriedad de debate político cuando suben a la tribuna el resto de los partidos. Por cierto, denunciable la ausencia de Rajoy y la gran mayoría de los diputados populares el segundo día del debate, que lo despreciaron, volviendo a dar muestras de la falta de entereza y la falta de respeto, ya no sólo a una gran cantidad de partidos sino a sus más de 750.000 españoles que en ellos están representados.
El estatuto de Cataluña estuvo omnipresente, y aunque respetable, es realmente sorprendente las cotas alcanzadas por un tema realmente fuera de todo contexto y falta de interés por la inmensa mayoría de los ciudadanos.
De todas formas las próximas elecciones catalanas hace que las odas al nacionalismo catalán se multipliquen con mayor fuerza si cabe, y como siempre sea una carrera de a ver qué partido es más nacionalista, eso sí, con un hecho que no hay que dejar de apreciar, los exaltamientos gratuitos y artificiales que se dan por Cataluña, que lejos de ser pacíficos, van siendo cada vez más una excusa para desatar rivalidades sin bases reales de ningún tipo, como las agresiones a Montilla en la última manifestación por la sentencia del Constitucional.